La opinión pública en la sociedad moderna

Si bien había ya en la primera época de los Estados Unidos algunos pueblos grandes y unas pocas ciudades y ciertas diferencias regionales, bajo la Guerra Civil las formas culturales continuaron siendo las típicas de los grupos primarios, y persistieron los puntos de vista angloamericanos y puritanos en la política, la religión y la economía. La Revolución Industrial, con la creciente urbanización que resultó de ella, destruyó gradualmente esta organización de grupos primarios y la sustituyó por el predominio lo grupos secundarios y por lo que hemos llamado sociedad de masas.

Lo que dijimos sobre las características de la sociedad de masas, se aplica en detalle a la opinión pública y su función en el control social dentro del mundo moderno. Las maquinarias, la elevada división del trabajo, los transportes y comunicaciones rápidos, las empresas corporativas y el veloz crecimiento de la población, alteraron cada vez más la naturaleza no sólo de nuestra economía sino también de la cultura en su conjunto. La inmigración y la tecnología mecánica transformaron la vieja homogeneidad de la población y la cultura en una gran heterogeneidad y confusión. Las costumbres y tradiciones de los grupos primarios y las formas legales adaptadas a la economía y la vida anterior se desintegraron.

Con el crecimiento de las ciudades y de los grupos secundarios con intereses especializados, han aparecido nuevas actitudes y valores. Ha aumentado la movilidad de la población, y las dependencias y la intimidad personal cara-a-cara han sido sustituidas por la impersonalidad, la cortesía y la superficialidad de los contactos e intereses. Nuestras costumbres se hallan en un estado de flujo. Nuestros códigos no se encuentran ya estandarizados; vale decir, ya no son aceptados en forma general por todos nosotros. En otra época se daban por supuestos muchos detalles de los códigos; hoy día los ponemos en discusión. A nuestro alrededor tiene lugar una suerte de experimentación constante en nuevas formas de conducta social.

El ámbito de la opinión pública ha cambiado. En primer lugar, el radio de la estimulación se ha ampliado enormemente. La vida urbana produce una gran variedad de situaciones desconocidas en la vida de aldea; es más móvil, más flexible, más compleja. Nuestras relaciones económicas, sociales y políticas tienen un alcance mayor. Mientras en otra época la atención del ciudadano estaba concentrada sobre todo en los problemas locales, hoy día debe hacer frente a problemas de dimensiones globales. Se supone que debe intervenir en la formación de opiniones que van desde las cuestiones de la localidad, el Estado y la Nación, hasta los problemas de la guerra y la paz, del comercio internacional y la organización mundial. Como resultado han surgido nuevas dificultades Con el proceso democrático y en la elaboración de las opiniones. Cada uno de nosotros, como persona, no puede cubrir el área total de sus intereses. Tenemos que depender entonces de fuentes indirectas y secundarias de información e interpretación, y nuestros datos e inferencias son modificados por quienes nos los proporcionan a través de los diarios, el cine y la radio. Las fuentes de las noticias no son en la ciudad las mismas que fueron en la aldea, y los efectos psicológicos son también distintos. La opinión pública es más inferencial e imaginativa de lo que lo fue en los grupos primarios. Hoy, sus manifestaciones se asemejan más el comportamiento de una muchedumbre que al del grupo primario estable del vecindario y la aldea.

La propaganda y otros medios han introducido elementos completamente nuevos en las etapas tradicionales del proceso de formación de la opinión pública. Algunos de ellos se han discutido en otra parte. En este punto de la presente exposición, sólo resulta necesario señalar que estos cambios han producido deformaciones en los valores tradicionales y en las prácticas habituales de la democracia y en particular en el proceso de formación de la opinión. Caben pocas dudas en cuanto a que el surgimiento del totalitarismo, ya se trate del fascismo, el nacionalsocialismo o el comunismo, indica que la fe en la democracia representativa, propia de otras épocas, se ha disipado. E1 extendido sentimiento de inseguridad personal; las exigencias de trabajo y de un mundo estable por parte de las masas; el sentimiento de soledad personal en medio de la congestión, el apresuramiento y la confusión propios de la urbe: el enorme poder de los grupos de intereses especiales -ya se trate de intereses económicos, militares o de otro tipo-: estos y otros rasgos de la sociedad de masas han hecho declinar las viejas prácticas democráticas. Los grupos revolucionarios y sus líderes han dado francamente la espalda a la democracia representativa, como algo decadente y fuera de moda. En los casos en que se han apoderado del poder, estas fuerzas han instaurado el Estado administrador y han abolido en gran medida las funciones legislativas características del pasado. Controlan las opiniones y los valores, al controlar la prensa, el cine, la radio y la entera maquinaria educacional. Las prácticas democráticas de la libre expresión, libre asamblea, libre elección de los funcionarios y amplia discusión pública de los problemas, han desaparecido. Estas prácticas y los símbolos que las representan se han vuelto algo sospechosos e incluso tabú. En Italia, Alemania y la Unión Soviética, el sistema representativo tal como nosotros lo conocemos perdió su atractivo. Aparecieron nuevas formas de poder, asentadas sobre otras bases y con nuevas justificaciones o moralidades. En esos países existía el consenso público, pero éste era elaborado para las masas por la élite. Allí, el proceso de formación de la opinión era por cierto distinto del de las democracias. La psicología de la formación de la opinión pública resulta afectada por la cultura en la cual tiene lugar el proceso.

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